La Humilde vivienda en donde vivió Rubby Pérez en Haina.

La comunidad de Haina recuerda con amor y pesar a Rubby Pérez, el ícono del merengue que nació y creció en sus calles humildes. Su legado sigue vivo entre lágrimas y gratitud.

Haina, San Cristóbal — Las callejuelas polvorientas de Haina guardan silencio, como si el tiempo se hubiera detenido.

En cada esquina, en cada rostro, se respira luto, pero también orgullo. Porque de aquí, de esta tierra humilde y fértil de sueños, nació Rubby Pérez, la voz más alta del merengue, cuya partida ha dejado una herida imposible de cerrar.

Rubby llegó al mundo un 8 de marzo de 1956, en una casita modesta de madera. Fue el mayor de varios hermanos, y desde pequeño mostró un espíritu artístico que con los años lo llevaría a convertirse en una figura emblemática de la música dominicana.

Su infancia, marcada por la cercanía familiar y los valores firmes inculcados por sus padres, es hoy motivo de evocación entre quienes compartieron aquellos años de inocencia y esperanza.

En noviembre de 2024, Rubby regresó a su barrio natal para recibir un homenaje de la Casa de la Cultura de Haina. Aquel día, caminó por los mismos caminos que una vez recorrió descalzo, y abrazó a su gente con la misma humildad de siempre. Nadie imaginó que ese sería su último adiós al lugar donde todo comenzó.

El trágico colapso del techo de la discoteca Jet Set, el pasado 8 de abril, le arrebató la vida mientras hacía lo que más amaba: cantar. Desde entonces, su ausencia pesa en cada esquina del barrio. La voz de un familiar resume el sentir colectivo: “Gritamos de madre por mi hermano, y si tenemos que seguir gritando, lo haremos”.

Las anécdotas brotan como ríos de memoria viva. Sus hermanos lo recuerdan como un protector, un líder, un ejemplo. “Mi primera pera me la dio él cuando fuimos al río”, dice uno con la voz temblorosa, mientras otro revive entre risas y lágrimas los cañazos que lo devolvieron a casa cuando se escapaba tras los pasos del hermano mayor.

En Haina, los colmados bajaron el volumen. Las bocinas están apagadas. El respeto por Rubby trasciende el bullicio: es un silencio reverente, cargado de admiración y amor.

Hoy, más que nunca, Haina no solo es cuna de Rubby Pérez. Es el corazón dolido de un pueblo que despide a su hijo con gratitud, con lágrimas, y con la promesa de que su voz —y su legado— seguirán sonando mientras haya una generación que recuerde el valor de la humildad, del arte y de la familia.

Rubby no se fue. Aquí en Haina, sigue vivo en cada historia, en cada abrazo y en cada canción que aún no se atreve a sonar del todo. Porque todavía duele. Porque siempre lo hará.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *